El cuento San Manuel Bueno, mártir, escrito por Miguel de Unamuno, relata a través de los ojos de Ángela Carballido la vida de su padre espiritual Don Manuel, el cura de Valverde de Lucerna. El cuento empieza con Ángela nombrando varios actos que Don Manuel ha hecho, que lo hacen digno de ser santo. Según ella, Don Manuel es un hombre que dedica su vida a servir a su pueblo como sacerdote, y con mucho éxito, pero con una gran tristeza. El cuento después revela que esta tristeza es causada por la falta de fe que tiene Don Manuel, y lo desenmascara como ateo. Aunque es un sacerdote ateo, lo que podría disminuir su ética, la falta de fe de Don Manuel lo hace más influyente que los sacerdotes “convencionales.” Las creencias del cura hacen que su objetivo sea completamente diferente al de los demás sacerdotes. Él se enfoca en cuidar a sus parroquianos mientras están vivos. Con esta falta de fe, él puede identificarse con otras personas menos religiosas, e incluso un ateo, para llegar a esa meta. Por ejemplo, como lo hace con el hermano de Ángela, Lázaro, quien es otro ateo, al que Don Manuel convence de servir con él. El resto de Valverde de Lucerna no se entera del secreto de Don Manuel, y por lo tanto, esto nunca cambia la relación del pueblo con la fe.
La actitud de Don Manuel es enfocarse en mejorar la vida de los habitantes de su pueblo, en vez de buscar la salvación del alma. Un caso que demuestra este carácter es cuando el juez le pide a Don Manuel que consiga que un delincuente confiese un crimen, pero como el bandido podría morir, él se niega. Le responde al juez, “No señor juez, no; yo no saco a nadie una verdad que le lleve acaso a la muerte. Allá entre él y Dios… La justicia humana no me concierne.” Como Don Manuel no cree en la vida eterna, él no se atreve a condenar a ninguna persona con la muerte. En general, él se asegura de que su pueblo sea feliz antes de su defunción porque, por su falta de fe, no está seguro de que haya vida después de la vida. Ángela explica en su relato que los que están a punto de morir, siempre se empeñan en ser acompañados por el sacerdote. Don Manuel se asegura de que en sus últimos momentos de vida, estén acompañados por él para hacerlos sentirse en paz. Cuando Lazaro le pregunta al sacerdote por qué finge así, y él le explica, “Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles.” Con esta forma de ser, Don Manuel construye una sociedad en la que las personas no quieren decepcionarlo, y siguen los mandamientos de la iglesia. Ángela cuenta cómo la gente del pueblo nunca, “se atrevía a mentir ante él, y todos, sin tener que ir al confesionario, se lo confesaban.” Aunque este no sea el objetivo final del cura, él hace que sus parroquianos cumplan con las leyes de Dios. Su meta al final es mantener la felicidad de sus feligreses mientras están vivos.
La actitud de Don Manuel le permite llegar a los corazones de personas alejadas de la iglesia. Tan alejados, que son ateos, como Lázaro. Inicialmente, el hermano de Ángela quiere desconectar a su familia de Don Manuel y la iglesia. Sin embargo, su madre se niega y se enferma antes de que él llegue a su meta de mudarla a Madrid. La enfermedad es fatal, y en sus últimos respiros, Don Manuel le pide a Lázaro que rece por ella para que su mamá se sienta en paz, y asegurar su felicidad en esa etapa final. Aunque Lázaro es ateo, él termina rezando y prometiendo a su mamá que lo seguirá haciendo, solo para asegurar esa paz. Esta promesa lo lleva a que él se convierta a la religión, aunque no está convencido. Después de su comunión, Ángela exclama, “qué alegría nos has dado a todos, a todos, a todos, a todo el pueblo,” y Don Manuel le dice a Lázaro, “¿Viste?… ¡Qué alegría nos has dado a todos!” Por supuesto, en algún momento, Don Manuel le revela a Lázaro que es ateo, pero solo para seguir convénciendolo de que tiene que servir al pueblo con la religión, para generar felicidad. Como ateo, Don Manuel se puede relacionar muy bien con gente con varias creencias, y los puede atraer a la iglesia. El puede demostrar que la religión es capaz de generar paz y moralidad aunque no se crea en toda su doctrina.
Todas las acciones públicas de Don Manuel no muestran su falta de fe, tanto es así que lo creen santo. Ángela asegura su santidad explicando que, “Su vida era arreglar matrimonios desavenidos, reducir a sus padres hijos indómitos o reducir los padres a sus hijos, y sobre todo consolar a los amargados y atediados y ayudar a todos a bien morir.” Consigue cosas extraordinarias como hacer que un hombre reconozca como suyo a un niño y se case con la mamá del infante. El secreto está tan bien guardado que el mismo escritor, Miguel de Unamuno, piensa que, “Ni les habría creído.” Por eso, el detalle de que Don Manuel no cree, realmente no tiene un efecto negativo en el pueblo y su relación con la iglesia y la fe. Es más, tiene un efecto positivo porque consigue que la gente sea mejor y se acerque a la iglesia.
Don Manuel igual arma una sociedad feliz y creyente aunque él no crea. Es más, él se enfoca más en la prosperidad de la vida presente, y no tanto en la vida eterna; y al hacer esto, consigue que el pueblo siga los mandamientos de Dios con solo enfocarse en que sean felices mientras están vivos. Sus creencias particulares hacen que él pueda relacionarse y acercar a gente lejana a la iglesia, a que la abracen aunque no estén totalmente convencidos. Aunque el secreto hubiese salido a la luz pública, no lo habrían creído. Es más, todas sus acciones hacen creer lo contrario, el pueblo lo ve como un santo. Por eso, es más influyente que un sacerdote “convencional”. Y se puede afirmar que es bueno.